Prof. Marcelo Falcón
Association Culturelle Sousencre, France.
Université René Descartes, Paris V, La Sorbonne, CEAQ.
Facultad de Sociología. Grupo de Investigación PREAS, Francia.
Universidad de la República, Uruguay.
(Facultad de Bellas Artes, Área de Artes Gráficas).
Universidad de Barcelona, España.
(Facultad de Bellas Artes, Dto. Diseño e Imagen).
Abstract:
Comunicación que presenta la actividad del educador que pasa por diferentes estadios del proceso proyectual educativo, en los cuales se deben de tener en cuenta la emanación, la manifestación, entretejido, experiencia y nuevamente la emanación. Todas estas instancias participan de los fines educativos, en donde es posible destacar como trascendente la realidad del silencio activo, como fuerza germinal.
Silencio y palabra (experiencia).
Introducción.
Podemos encontrar un silencio actuante, en el instante posterior a la palabra dicha, como también, en el momento anterior a que ésta sea pronunciada, presentada, aparecida. Silencio que puede hacerse diciente, debido a un yo que lo ofrece, que en definitiva es el verdaderamente diciente. La palabra dicha, la experiencia vivida, también puede manifestar un silencio diciente, porque al nombrar lo que nombra, también podemos encontrar que nombra lo que calla o que ofrece lo que no nombra. En este sentido, aparecería tanto silencio significativo, como significado en lo pronunciado. El silencio emanado, es un decir manifestado, que es posible ofrecer debido a la existencia de una emanación silente, gestora. En definitiva, la emanación silente, gesta toda manifestación, toda experiencia con ella.
El origen, como realidad que emana, puede ser considerado como un silencio absoluto, en el cual no hay manifestación. El silencio es absoluto, se encuentra gestando toda manifestación que va a experimentarse, y ambos, pueden entenderse como indecibles absolutamente. No puede expresarse lo aún no manifestado, no puede expresarse a través de ningún medio, nuestras experiencias con lo manifiesto. Todo silencio que podemos percibir, vivenciar, podemos entenderlo como un silencio diciente, encarnado a una determinada experiencia, como puede ser la palabra manifestada. El silencio aparecido con posterioridad, con anterioridad, con simultaneidad a cierta manifestación, es diciente. Y quién percibe estas situaciones, es porque está conciente, alerta y despierto en relación a su propio ser conectado al todo existencial en el que está inmerso, ligado, unido. En este sentido, la palabra diciente y el silencio, tendrían la misma potencia en cuanto a manifestación comunicativa. El silencio transportado por manifestaciones positivas, sería un medio sin medio, un sentido aparecido en tal silencio, y por ello, es diciente, es existente, es presencia negativa que dice. Entonces, la palabra no manifiesta positivamente, puede aparecer a través del silencio, a causa de no ser pronunciada, y ser así, existencia, acción viva. La ausencia de sonido verbal, puede lograr igualmente que emerjan contenidos y sentidos más o menos complejos, por ello, podríamos decir que tal ausencia es presencia, es manifestación paradójica, es un eco retumbante en el interior de todo individuo alerta. Y es en esta dirección, que podemos hablar de un silencio activo, vivo, existente, lleno de sentido, que se manifiesta, que se hace presente paradójicamente, durante la ausencia perceptiva, y de medios expresivos.
Si pensamos, que es una realidad la comunicación a través del silencio, podremos entender que no todo lo comunicable sé vehiculiza a través de la palabra, de la manifestación positiva. Es decir, la comunicación a través del camino negativo, debe ser tenida en cuenta. El sendero, camino o vía negativa para decir, debe desarrollarse concientemente. Según lo dicho, estaríamos pues ante el medio sin medio y el decir sin decir, como una realidad paradójica para la comunicación. Es decir, que luego de la emanación inicial, que puede detonar un proceso proyectual, o simplemente una proyección comunicativa, tal manifestación silenciosa-negativa-inmaterial, estaría encarnada-relacionada en algún acontecimiento, para poder ser manifestada como ausencia. Tal ausencia comunicativa, tal indecibilidad positiva, tal inmaterialidad debe diferenciarse sustancialmente del silencio de la emanación, porque ésta aun no está unida a ninguna manifestación, es aún in-manifiesta[1]. Por lo tanto, podríamos convenir, que no todo podría ser dicho con la palabra emitida, percibida, dirigida, enviada, no todo es comunicable a través de la manifestación, cualquiera sea ésta. Y en esta dirección de análisis, habría todo un universo, ínfimo o infinito de conocimientos, que escaparían al propio verbo, a la propia manifestación. Conocimiento, que fluiría independientemente del camino positivo, y para relacionarse con él, se deberían utilizar el silencio, se debería renunciar a decir, para decir por la vía negativa, por el camino de la paradoja.
Es pensable que si el lenguaje verbal, es una manifestación positiva esencialmente diciente, por todo lo establecido, tendría límites en presentar todo conocimiento. Y fuera de esos límites, solamente la vivencia, sólo es silencio, sería la forma de comunicar, de decir. Quizás, ambos juntos serían los encargados de presentar todo cuanto puede comprenderse. Quizás, también, el silencio, esté siempre unido a la manifestación, como su quinta esencia. Nuestra reflexión, nos lleva a atender todas aquellas situaciones, que puedan traspasar los confines de la manifestación positiva, y cruzar así, las fronteras del conocimiento nombrable. Por ello, estaríamos entrelazándonos con el conocimiento no nombrable, existente y más no decible.
Si nos situamos en silencios unidos a comunicaciones verbales, orales-escritas[2], textuales e hipertextuales, podríamos entender que éstos, los silencios, emergen a partir de aquellas, las manifestaciones verbales;sentido del silencio, es decir, lo que se pretende conocer a pesar de ser incomunicable verbalmente, es también, la fuerza que dirige al texto, al hipertexto, a la comunicación verbal, aunque nunca sea manifiesta perceptivamente. En esta segunda opción, la del sentido comunicable, toda manifestación verbal, toda realidad hipertextual, toda manifestación, estaría dirigida por lo inmanifestable.
Ésta realidad de no poder decir directamente, ésta limitación, puede asimismo ser vista como virtud, porque puede permitirnos llegar hasta las propias fronteras del lenguaje, como una situación de fuera de conjunto de toda manifestación, en la que podemos llegar a descubrir, todo conocimiento inmanifestable. Solamente la posibilidad de encontrar conocimiento más allá de lo manifestado, merece toda acción de búsqueda. Desde esta posibilidad, quizás realidad, puede entenderse, todo intento por lograr traspasar limitaciones, condicionantes, para lograr comunicarnos y generar-transmitir conocimiento. Aunque siempre podemos conservar la duda de sí realmente todo esto es posible, si realmente logramos comunicarnos con sentido, o simplemente nos relacionamos siempre entre aproximaciones e ilusiones. Si, esto fuera así, los silencios comunicativos no serían una vía exacta de comunicación, pero igualmente trascendente.
Podemos entender desde esta realidad tramada entre lo positivo y lo negativo, la importancia de las relaciones que establecemos con los demás, para realizarlas en un estado de atención, de alerta, que permitan una comunicación real, dentro de lo manifestado, pero también fuera de lo manifestado. Teniendo en cuenta que la comunicación, fuera de los niveles verbales, puede llegar a dar el sentido sustancial.
Sin esta conciencia entre los interlocutores, entre los individuos que se relacionan la comunicación es aún más limitada. Por ello, quedarse en la ejemplificación, en la manifestación de cualquier expresión, es no contactar con el sentido que aquella manifestación está encargada de vincular. En este sentido, los interlocutores que generan las relaciones interpersonales, deberían estar inclinados y acostumbrados, a recibir información y conocimiento, tanto por la vía positiva como por la negativa, tanto por lo dicho como por lo no dicho. Es aquí donde entrarían en juego, en acción, nuestras capacidades comunicativas, de emisión, de recepción, y de resonancias ligadas al todo comunicacional y existencial. Los conocimientos en acto, se entretejen y resuenan más fácilmente, desde una actitud y aptitud individual, dispuestas y abiertas, durante las experiencias comunicativas. El estadio del conocimiento vivo y activo, en que cada uno se encuentra, en que cada uno habita, más la propia disposición a comprender, sintiéndose realmente como una conciencia en tránsito, en transformación ligada, permitirá una más rica y nutritiva actividad relacional. Por lo tanto, infinidad de veces, podremos encontrarnos desarrollando comunicaciones, enviando manifestaciones a los demás, pero para ser comprendidas y enriquecidas sustancialmente, se necesitará del silencio activo, de todos los participantes.
Pero esto no quiere decir, que naveguemos en un mar de fantasías[3], sin sentido e inconexas de todo conocimiento sustancial, sino que permanecemos alertas, de que todo el esfuerzo siempre esté dirigido, conectado con conocimientos realmente trascendentes para la vida en general. Por lo tanto, la relación entre palabra y silencio, entre manifestación y silencio, puede ser entendida, metafóricamente, como una realidad, en la cual se relacionan luz y sombra, o, forma y contraforma, participantes de alguna intención-emanación comunicativa. Por lo tanto, realidades recostadas a un conocimiento realmente importante, trascendente para la existencia de lo humano. El sentido aparecido en esta relación, es realidad substancial. Por lo tanto, podemos encontrar, nuestras comunicaciones, enriquecidas, por todo aquello que decimos y que no decimos, por toda aquella relación, conformada por la ausencia y la presencia, más, el otro y el contexto cultural[4], que es quién se entreteje en la comunicación.
Es decir, que la palabra dicha, pronunciada, enviada, la palabra callada, no dicha, silenciosa, y toda la multiplicidad de silencios posibles, permitirían la aparición del sentido anhelado. La relación entre lo nombrable y lo innombrable, permitiría el acercamiento a ciertos conocimientos difícilmente constatables con la simple mirada. Comprendiendo esto, es que podríamos interpretar toda manifestación enviada por las individuos, fundamentalmente, desde los procesos proyectuales (educativos), como una realidad que supera toda conformación percibible. Instalados en la dimensión del sentido, del conocimiento, aparecido entre el decir y el no decir, emerge toda consecuencia proyectual, como la huella del humano activo, como evidencia de realidades metafísicas, encarnadas en todo lo que la especie hace y proyecta.
Podemos pues, llegar a entender que todo conocimiento puede ser rastreado, conectado, desde las manifestaciones positivas y negativas, aquellas que han nacido, de ciertas emanaciones o intenciones activas; como también podemos pensar, que en el inicio de dichas manifestaciones, es decir, en los procesos emanatorios, hay tanto conocimiento activo, que permite y provoca, todas las transformaciones posteriores, todas las manifestaciones que entran en relación con el resto del tejido existencial. Por lo que el conocimiento siempre es fuerza activa, ya latiendo en la dimensión de la emanación y vinculable al silencio, ya en la dimensión de la manifestación, ya como realidad dicha positivamente, pero sin que ello impida, la ligazón con el silencio que ha permitido su existencia. Desde esta reflexión, las transformaciones humanas, todos los cambios sociales, toda la cultura de la especie, dependen de todo el conocimiento activo que se irradie desde los momentos de emanación, de inicio de todo lo que posteriormente será, de todo lo que llegará a germinar.
Por ello, relacionando emanación y manifestación, como manifestación y emanación, se puede decir que se ha encontrado un puente que los une, unas pautas conectivas que las asocia significativamente. Con ello, se habría encontrado un rapport, una relación significativa, entre la emanación, la manifestación y sus consecuencias contextuales. Podríamos decir, que tal fuerza emanada, más o menos compleja, se ha encarnado en determinada manifestación percibible y entretejido con el todo social. Y esta podría ser lo importante de las palabras, lo trascendente de toda manifestación, cuando germinan[5] desde fuerzas que siempre están dirigidas a potenciar toda realidad humana, a darle un sentido significativo-nutritivo a la existencia[6].
Siguiendo a Ramón Xirau (1968), en referencia a las palabras, entendemos que hay un nivel de acción de las mismas, desde donde pueden ser comprendidas por todos o por una amplia mayoría, y quizás, esto estaría evidenciando la existencia de un uso positivo del lenguaje, que ofrece una amplia comprensión de todo aquello que se quiere expresar, comunicar. Aquí, aunque pueda siempre atribuírsele silencios anexos, no estaríamos dándole mayor trascendencia a éstos, ni siquiera a las palabras, si es que pensamos que los contenidos a comunicar, no tienen gran significación. Aunque bien es cierto, que tales contenidos, contextualizados, pueden adquirir otro sentido. Pero, en definitiva, en este primer nivel, estaríamos ante la presencia de contenidos simples y expresados positivamente. Es decir, que habría un fácil entendimiento, por una amplia mayoría de personas, porque tal comunicación sería comprendida por lo que expresa positivamente. Podríamos ejemplificar este uso positivo del lenguaje, en el relacionamiento cotidiano de nuestra vida habitual.
Pero, en un nivel más profundo de comprensión, deberíamos notar, que estamos ante acercamientos a ciertos contenidos, a partir de esa relación aparecida entre lo que se enuncia y lo que no se enuncia. Donde la comunicación verbal como manifestación compleja, intenta presentar contenidos complejos, por ser difíciles de expresar. Acercarnos a ciertos contenidos complejos, a partir de la aparición de cierta manifestación verbal, implicaría nuestro esfuerzo por ver lo invisible, a partir de emergencia de silencios significativos, según el contexto de la comunicación y de quién la emana.
En este sentido, el lenguaje se esforzaría, se desarrollaría, para intentar elaborar y comunicar, contenidos que pueden estar más allá de su propio potencia. Si no fuera así, toda realidad conceptual, podría contenerse en la comunicación verbal. Todo conocimiento complejo, sería contenido por la manifestación, y no serían necesarios los silencios significativos para comunicar lo incomunicable[7].
Sea como sea, podemos vivenciar que las palabras, son fabulosos estímulos que logran dejar resonando nuestro entendimiento, permitiendo el acceso a ciertos contenidos, más allá de su apariencia visual o auditiva. Por ello, la doble función de las manifestaciones, del lenguaje, de las palabras, no siempre exigirían una dicotomía o dualidad interpretativa, en la cual deberíamos optar, sino que también podrían utilizarse simultáneamente, y buscar contenido en ambas dimensiones. Sería posible no optar y podría paradójicamente, vivenciar contenidos desde una manifestación que nombra directamente e indirectamente, de forma simultánea. Por lo tanto, deberíamos estar alertas, atentos, a todas aquellas manifestaciones-textuales, que naveguen en ambos niveles de comunicación, desde donde serían posible generar lecturas en superficie (directas) y/o lecturas en profundidad (indirectas). Las manifestaciones verbales, podrían ofrecernos estos dos caminos para permitir comprender ciertos contenidos, luego de vencer la textura amurallada de la superficie, de la apariencia[8]. Por lo tanto, detrás o delante, de la textura textual, o del enmarañamiento conectivo hipertextual, de toda experiencia, ambos como manifestaciones, existiría una sustancia significativa que las hace trascendentes, vivas, con sentido[9]. Por ello, podemos pensar que nuestra actitud de búsqueda, de alerta constante, como hábito permanente, posibilitará que logremos revivir los indecibles[10].
Éste hábito que logra recrear lo indecible, que logra detectar lo que la textura verbal presenta, tendrá como una de sus consecuencias posibles, la lenta y bella elaboración de un tejido de ideas, en el cual habitaremos todos los días de nuestra vida. Es decir, que la textura creada por nuestros esfuerzos comprensivos, irán conformando, la dimensión existencial en la cual podamos andar. Podemos pensar que durante nuestra existencia, iremos generando, transformando, la cuna que nos acuna, la nave que nos transporta. Desde esta realidad, es posible auto-observarnos, auto-conocernos, observar-conocer, como aquel gusano que se recubre en su capullo, para transformarse en mariposa, como una realidad más, de la realidad total de la existencia (tejedores de territorios existenciales). Decimos, pues, que las experiencias educativas, que las manifestaciones, tanto textuales, hipertextuales, etcétera, permitirán elaborar el tejido de ideas más o menos palpitante, que logramos organizar durante nuestra existencia, y que estará conformado, por estos dos niveles de acceso al conocimiento (positivo-negativo).
Evidentemente, toda noosfera o tejido personal de conocimiento, estará ligado al todo existencial, permitiendo con ello, una relación verdaderamente armónica. El propio enigma que retumba silenciosamente en algunas manifestaciones, en algunos textos, puede resonar, hacer eco, con el todo indiviso, con el todo universal. Es así, como perfectamente, se irriga la expresión-manifestación textual, de tanto silencio sustancial, porque todo fragmento manifiesto del todo existencial, todo elemento particular, sólo no tiene sentido, porque aislado nada dice con profundo sentido. Solamente reunido, ligado, asociado, enjambrado, con la sustancia cósmica, podrá permanecer nutrido, con la sabia universal o realidad innombrable[11].
Es así, que podemos situar nuestro propio ego, y todo lo que este genera y manifiesta, como realidades transitorias, que abandonarán tarde o temprano, sus estructura individual, pero que siempre han estado ligadas al tejido universal, más allá de sus apariencias. Nuevamente podemos decir, que toda manifestación está enraizada en aquella sabia que la nutre y que directa o indirectamente, es ella misma con otra apariencia, o mejor dicho, con apariencia, en el sentido de poder ser perceptible. Este estado de conciencia personal, es significativo si queremos re-comprendernos y en ello, reelaborar todo nuestro actuar ligado al todo, como tejido sustancial vivo, fundamentado en la sustancia que nos permite tejer nuestros espacios existenciales (tejido, arquitectura, noosfera)[12]. Como podemos ver, todo lo manifestado ligado al todo indecible, deja de ser una manifestación aislada, para ser una aspecto de la realidad absoluta, como es posible constatarlo en las olas del mar, que pueden ser observadas como entidades independientes, pero que no lo son absolutamente[13].
Es quizás, fácil constatar, la dificultad de abarcar el todo en cualquier manifestación, y por lo tanto, entenderla como una realidad indecible, donde la existencia de la manifestación, podría ser la más asequible, lo nombrable con mayor precisión. Por lo tanto, estamos ante realidades que pueden ser nombradas y realidades que no pueden ser nombradas. Es decir, que existirían sustancias que no pueden ser traducidas o manifestadas en su totalidad. Por ello, ligar noosferas, es lograr extender una red mayor y abarcativa de conocimiento manifiesto, pero que debemos entender como siempre abierta, como un organismo que siempre está nutriéndose, pero que no termina jamás de absorber el todo, porque este lo entendemos como in absorbible.
Por lo tanto, las manifestaciones, absorben del todo in absorbible, como si tuvieran raíces que hacen sustancial su presencia, su conformación, su aparición. Por ello, lo que no pueden expresar perceptivamente, queda añadido como el silencio diciente, el silencio con sentido o denso[14], que deberíamos siempre diferenciarlo de toda ausencia o sepulcro del sentido, de todo silencio sin densidad expresiva, comunicativa, de todo resto o conformación arborescente. Por ello, al preguntarnos sobre la relación palabra, silencio, palabra, silencio, o experiencia, silencio, experiencia, silencio, imaginamos una danza continua de presencias y ausencias significativas, cuando están ligadas al todo, cuando está absorbiendo del todo, o, cuando este todo amamanta. Es decir, existentes en una conexión o pauta[15] con sentido que liga ambas realidades, ambas existencias. Por lo tanto, y en esta dirección, toda manifestación enviada, como puede ser la palabra dicha o la experiencia educativa, como pueden ser los objetos que nos rodean, como pueden ser los silencios con sentido, etcétera, podemos comprenderla como viva, ya que produce en nosotros conexiones y sucesos significativos[16], sí es que permanecemos en estado de alerta y logramos generar conectividades más o menos trascendentes. Manifestación que es un reflejo de un todo nutritivo, que es, sustancialmente emanador. Como establece la educadora Derna Vignoli Martín[17]: “El silencio-expreso en la educación, lo debemos hacer ... Para ello tenemos que experimentar su valor fermental, el valor germinal que posee. Es realmente lo único que nos hace llegar al discernimiento propio y a internalizar las verdades del Universo. Cuando nos dan una verdad ya elaborada no hay proceso propio y generalmente se desvirtúa y se pierde. Lo trascendente se procesa así, y en el pasaje del tiempo vamos comprendiendo cada vez más y más...”.
Prof. Marcelo Falcón.
Bibliografía.
CAPRA, FRITJOF. Sabiduría insólita.
Barcelona: Editorial Kairos, 1994.
DEWEY, JHON. Una fe común.
(1934) Buenos Aires: Editorial Losada, 2005.
TAISEN DESHIMARU. Preguntas a un maestro Zen.
Barcelona: Kairós, 2004.
TEILHARD de CHARDÍN, PIERRE. El corazón de la materia.
Maliaño (Cantabria): Editorial Sal Térrae, 2002.
XIRAU, RAMÓN. Palabra y silencio.
México DF: Siglo XX Editores, 1968.
[1] Aquí podemos recordar diferentes etapas del proceso proyectual, de todo trabajo conciente, pero al inclinarlo a los distintos momentos trascendentes, interiores y exteriores de todo educador, podríamos descubrir cinco instancias fundamentales, que las sitúo en: Emanación, Manifestación, Entretejido, Proceso y Emanación. La primera, entendida como un estado de temperatura donde todo educador se encuentra en una soledad-aparente, donde conociendo el fin en el principio (omega en alfa), desarrolla toda la potencia de su entrevisión, de su ser. Es decir, amasa y rumea toda utopía. La segunda, entendida como el envío aparecido, como la experiencia colectiva ofrecida, que se desarrolla, que se formaliza, aparentemente como una situación normal. La tercera, entendida como la ligazón entre lo enviado (experiencia germinal y nutritiva), los individuos participantes y los contextos culturales. Realidad de fricción permanente, de choque nooesférico, donde se da la ruptura de la continuidad oscura. La cuarta, comprendida como la nave en marcha, con o sin resistencias significativas, donde los participantes y el educador comienzan su éxodo, del que deberán salir todos juntos, como una unidad. La quinta, es nuevamente la emanación, el estado de temperatura donde todo educador se encuentra en una soledad-aparente, donde conociendo el omega en alfa, desarrolla toda la potencia de su entrevisión. Es decir, amasa y rumea toda utopía y la dirige a la acción. Sin duda, en estos estadios de potencia y acción educativa, están teñidos de silencio, que va entretejiendo cada una de las instancias, como el hilo que une todas las perlas para conformar el collar. Es decir, que podemos hablar de un silencio que aparece como emanador-manifiesto-entretejido-actuante. Por lo tanto, un silencio diciente.
[2] Evidentemente no nos referimos a los blancos del grafismo y contragrafismo, es decir, de toda la importante realidad físicamente perceptiva y manifestada, sino del sentido de los silencios, aquellos que se producen en el interior de los individuos que recepcionan en estado de alerta, las comunicaciones. También quién la emite tal sentido unido a manifestaciones, se convierte en receptor de su propio mensaje o comunicación. Aquí, los aspectos perceptivos, solamente tienen aquel valor, relacionado al sentido que se intenta comunicar, nunca en sí mismos. Su única realidad, es la de estar ligados, en red, con el sentido, con el silencio.
[3] Según Ramón Xirau, (1968: 4), Maimónides dice: “Alguien que ha oído hablar del elefante, y sabe que es un animal, desea conocer su forma y naturaleza. Una persona, que está engañada o que quiere engañarlo, le dice que es un animal con una pata, tres alas, habitante de lo profundo del mar, con un cuerno, transparente, con cara de hombre, dotado de palabra, que a veces vuela en el aire y a veces nada como un pez. Yo no diría que ha descrito incorrectamente al elefante, o que tiene un conocimiento insuficiente de él, sino que ha pintado una invención de su fantasía, y que nada hay semejante en la realidad. Se trata de un ser imaginario al que se aplica el nombre de un ser real.
[4] Establece John Dewey (2005: 27): “Como dije antes, el apartado doctrinal o intelectual, y los aditamentos institucionales que se forman, son, en un sentido estricto, adventicios ala cualidad intrínseca de tales experiencias. Pues son producto de las tradiciones de la cultura con que se inoculan los individuos. Santayana ha relacionado la cualidad religiosa de la experiencia con la imaginativa, tal como se expresa en poesía. “La religión y la poesía” dice, “son idénticas en su esencia, y sólo difieren en el modo en que se aplican a los asuntos prácticos (...)”.
[5] Podemos relacionar perfectamente a toda conceptualización sobre lo germinal, lo establecido por Pierre Teilhard de Chardín (2002: 38, 39): “... resultaba evidente que, una vez afirmada la vida en alguna parte del Mundo, era preciso esperar verla no sólo expandirse sino intensificarse (por acción de la ultra-complejificación) lo máximo posible sobre el astro vitalizado. Así se explicaba, al hilo de los tiempos geológicos, el incremento tenaz e irreversible de la Celebración y la Conciencia en la superficie de la Tierra. Y así adquiría pleno significado a mis ojos el fenómeno hominizador de la Reflexión. La Reflexión, punto crítico “cósmico”, inevitablemente encontrado y atravesado en un momento dado por la toda la Materia que tienda a un cierto exceso de temperatura psíquica y organización. La Reflexión, paso (como mediante un segundo nacimiento) de la Vida simple a la “Vida al cuadrado” La reflexión, propiedad necesaria y suficiente para explicar la discontinuidad fundamental, y esa especie de separación, identificable experimentalmente, entre la Bio-Noosfera. La Materia matriz del Espíritu. El Espíritu estado superior de la Materia (...) Ya hace mucho tiempo (...) que señalé hasta qué punto la Humanidad, por su estado de des-organización residual, traiciona la posibilidad, y, por tanto, la inminencia, de un estado de unificación superior. A priori (es decir, a juzgar por su potencial de ultra-ordenamiento), podría afirmarse que la hominización aún prosigue”.
[6] Según Ramón Xirau, (1968: 4), y en referencia al ejemplo de Maimónides sobre la imposibilidad de verbalizar un contenido complejo, como el de Dios, establece: “Esta ficción de Maimónides contiene, en una nuez, todo lo que quiso decir acerca de la existencia divina, todo lo que quiso decir – o, mejor, no diciendo – sobre la esencia de Dios; todo lo que entrañaba su filosofía que, en esencia, fue una teoría del significado y del sentido del habla, la palabra y el lenguaje. La grandeza de Maimónides residió en escribir una de las sumas que la humanidad de vez en cuando está entre el decir y el no decir, la palabra y el silencio”.
[7] Sin duda podemos pensar en el esfuerzo realizado por las palabras poéticas, por las palabras filosóficas, por las palabras religiosas, que danzan intentando ofrecer realidades que están más allá de sus propias fuerzas. Es así, que la palabra emerge utópica, ya que va en dirección de todo aquello que no puede contener en sí mismas, aunque sabe de su existencia, por ello viaja, danza, busca, se anuda, se enmaraña, se engalana, de mimetiza, se ofrece. Por ello, podemos entenderlas, como campanas activas que nos estimulan, y que nos dejan resonando interiormente, si estamos en actitud receptiva, acústica.
[8] Según Ramón Xirau (1968), nos habla de una doble función de las palabras, fue utilizada por el filósofo-matemático-médico, hispanojudío, Maimónides, aplicándola a los textos sagrados y a la filosofía.
[9] Podríamos establecer una acción educativa siempre sustentada en la paradoja, donde es posible situar la trascendencia de la experiencia en lo negativo (por no nombrable), y las connotaciones prácticas de la experiencia en lo positivo (por nombrable). Es decir, que simultáneamente se desarrollan los dos senderos de la experiencia, ambos como realidades germinales.
[10] Según Ramón Xirau, (1968: 5), “Para todos hay un nivel de lenguaje inmediatamente inteligible: el lenguaje que se refleja intuitivamente a ojos vistas y a oídos atentos; más allá de este lenguaje está el lenguaje de verdad: el que se refiere a lo que no pueden decirnos las palabras comunes y corrientes; el lenguaje del cual nuestras palabras son tan sólo los signos aparentes y visibles. En suma: está lo que la palabra dice y está, más allá de lo que inmediatamente dice, lo que la palabra significa. Pues bien, es esta doble función del lenguaje la que está presente en toda la obra de Maimónides: por una parte lo que a primera vista nos dicen los textos sagrados; por otra lo que realmente, lo que de verdad nos dicen tanto la revelación como la filosofía. No hay para Maimónides mayor confusión que la que surge de ver el espíritu de la letra. Como los poetas, cree Maimónides que hay un lenguaje ficticio y un lenguaje literal; inversamente a los poetas trata de explicar el lenguaje ficticio por un lenguaje racional, si bien este lenguaje de la razón, como el del poeta, habrá de terminar también en el silencio: en un no nombrar a la esencia inefable que es Dios. No cree Maimónides que las ficciones sean falsas. Es posible, como en el caso del elefante, que las pintemos con “la invención de nuestras fantasía”. Lo que a Maimónides le parece falso es convertir la ficción en realidad: pensar que un elefante es un ser halado y submarino. (...) Maimónides tiene que acabar por decirnos que lo esencial es esencialmente indecible”.
[11] Nos dice Fritjof Capra (1994: 124): “Y mientras contemplaba el océano, mi concienciamiento de la unidad de las cosas se convirtió en algo muy veraz y poderoso. Grof* siguió mi mirada y, de algún modo, leyó mi pensamiento. Una de las metáforas más frecuentes que aparece en los informes psicodélicos – prosiguió – es la de la circulación del agua en la naturaleza. La conciencia universal se compara al océano, una masa fluida e indiferenciada, y la primera etapa de la creación a la formación de las olas. Se puede considerar una ola como entidad individual y, sin embargo, es evidente que la ola es el océano y que el océano es la ola. No existe ninguna separación definitiva. Ésta era una vez más una imagen familiar, que yo mismo había utilizado en El Tao de la física, al describir cómo tanto los budistas como los físicos cuánticos utilizaban la analogía de las olas para ilustrar la ilusión de entidades independientes. Pero a continuación Grof perfiló la metáfora de un modo nuevo para mi que me resultó impresionante. La próxima etapa de la creación sería la ola que, al estrellarse contra las rocas, esparce gotas de agua por el aire, que vivirán brevemente como entidades independientes, antes de ser absorbidas de nuevo por el océano. Por tanto, ahí tenemos momentos fugaces de una existencia independiente. Contemplé los charcos que se formaban a nuestros pies entre las rocas, consciente de la multitud de juguetonas variaciones que admitía la metáfora de Grof. ¿Qué me dices de la evaporación? – pregunté. Ésta es la próxima etapa – respondió -. Imagina el agua que se evapora y forma una nube. Ahora la unidad original es confusa, oculta por una auténtica transformación, y se precisan ciertos conocimientos físicos para comprender que la nube es el océano y el océano la nube. Sin embargo, el agua de la nube acabará por reunirse de nuevo con el océano en forma de lluvia. La separación definitiva – concluyó – Grof -, cuando parece haberse olvidado por completo del vínculo con la fuente original, suele ilustrarse con un copo de nieve, formado por la cristalización del agua de la nube, evaporada inicialmente del océano. En este nivel, se precisa un conocimiento bastante elaborado del agua, para reconocer que el copo es el océano y el océano, el copo. Y para reunirse de nuevo con el océano, el copo debe abandonar su estructura e individualidad; tiene que padecer la muerte del ego, por así decirlo, a fin de volver a su fuente original”.
*Stan Grof, psiquiatra significativo para F. Capra, por sus ideas que relacionan ciencia y espiritualidad.
[12] Según Ramón Xirau, (1968: 112): “Puede sorprender, a primera vista, la cantidad de términos comunes a la filosofía y a la arquitectura. La filosofía busca la sustancia, el fundamento; la arquitectura funda para construir la casa, la morada, el templo; filosofía y arquitectura parten, ambas, de la materia para construir a partir de ella la casa interior o la casa exterior (¿hasta qué punto exterior en la arquitectura cuando la construcción de espacios hace de ella acaso la menos realista de las artes?); filosofía y arquitectura (¿no andan conjuntamente en busca de las “monadas” íntimas del alma, de los “castillos del alma” para que sea posible muestro habitar completo, nuestro habitar personal que es cosa del alma y del cuerpo al mismo tiempo? La arquitectura edifica y, en su edificar, no deja de existir un fin humanista y aun ético. ¿No pretende la filosofía edificar y aun ser edificante? Cuando Platón construye su mundo – mundo a su vez construido por el demiurgo, el arquitecto – y lo ve reflejo de una realidad superior – las Ideas, esencias eternas a ojos vistas -, lo construye para encontrar la habitación del hombre, el lugar del hombre, la morada donde pueda asegurarse de su dónde y su para qué. Por lo menos esto hay de común: filosofía y arquitectura tratan de dar a los hombres su lugar en el espacio y en el tiempo. Toda metafísica tiene, sin metáfora, una arquitectura; toda arquitectura, sin metáfora, implica una visión del mundo o, más concretamente, una metafísica”.
[13] Nos dice Fritjof Capra (1994: 52): “Conforme oscurecía, solían hacerse largos silencios en nuestra conversación, que me ayudaban a profundizar en mis introspecciones, pero yo también aspiraba a la comprensión intelectual y a la expresión verbal. “Fíjate en esta taza de té, Phiroz* – recuerdo que le dije en una ocasión - ¿en qué sentido se convierte en uno conmigo en una experiencia mística?” “Piensa en tu propio cuerpo – me respondió -; cuando estás sano, no eres consciente de ninguna de sus millares de partes. Eres consciente de ser un solo organismo. Sólo cuando algo no funciona como es debido pasas a ser consciente de tus párpados o de tus glándulas. Asimismo, el estado en el que se experimenta el conjunto de la realidad como un todo unificado es el estado sano para los místicos. La división en objetos separados se debe para ellos a un trastorno mental”. *Phiroz Mehta, intelectual, sabio hindú y escritor de libros sobre filosofías religiosas, importante para F. Capra.
[14] Densidad en el sentido de existencia tangible, alejada de connotaciones de peso. El silencio con sentido, es en definitiva, elevación, cuasi intangibilidad gaseosa, en su aparición más sutilizada. Por lo tanto, la densidad, lo espeso, la inclinamos a una concepción de existencia, casi palpable, siempre con relación a un tejido comunicacional, siempre ligada a contextos comunicativos. Es decir, que es un acontecimiento que participa como un elemento más, de un todo que se expresa, y por lo tanto, está próximo a otros sucesos comunicativos. En definitiva, el silencio denso, no está disperso, sino asociado a otras manifestaciones comunicativas.
[15] Nos dice Fritjof Capra (1994: 82): “En una época caracterizada por la fragmentación y la excesiva especialización, Báteson* desafió los supuestos básicos y los métodos de diversas ciencias, buscando pautas más allá de las pautas y procesos subyacentes en las estructuras. Declaró que las relaciones deberían constituir la base de toda definición y su objetivo principal era descubrir los principios de organización en todos los fenómenos que observaba, o, en sus propias palabras,“la pauta que los conecta”.* Gregory Bateson, según F. Capra, uno de los pensadores más influyentes de nuestra época, ligado a la Universidad de California, Santa Cruz.
[16] Nos dice Fritjof Capra (1994: 51): “Einstein reconoció que el espacio y el tiempo no son independientes entre sí; están íntimamente vinculados y forman un continuo cuatridimensional: espacio/tiempo. Una consecuencia directa de dicha unificación (...) el hecho de que las partículas subatómicas deben comprenderse como pautas dinámicas: sucesos en lugar de objetos. En el budismo la situación es muy parecida. Los budistas mahayanas hablan de la interpretación del espacio y del tiempo, (...) que cuando se asimila (...) los objetos se presentan como sucesos, más que como cosas o substancias”.
[17] Educadora del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay y Presidente de la Asociación Cultural Sousencre, France.